miércoles, 21 de enero de 2015

Altares cotidianos

Te juntás con tu amiga a tomar una cerveza; mitad de la semana. Ella necesita descansar de sus responsabilidades maternales y vos abandonar un poco tu rincón solitario de lectura y cine. Vacaciones, tiempo libre. Calor y atardeceres perfectos para Andes y fritas; esas que asquerosamente ella bañaba en ketchup esparcido en una servilleta. Las dos en la misma, pero nada que ver. Ella trabaja en un banco, vos te hacés la independiente anti tarjetas de crédito (eso también es antiobra social, boba!!). Ella tiene un hijo, vos tenés que hacer un esfuerzo enorme por no perder las llaves más de tres veces por semana. Entonces comparten inconformismos sobre la vocación, sobre el trabajo y por supuesto sobre el gran cliché ese del amor. Después del segundo vaso, y claro porque no había plata para comer nada, ya están semi en pedo. Y ahí empiezan con las proclamaciones revolucionarias (disfrazados despechos también, ponele): "Nuevas aventuras 2015" tira una podrida de escucharse y repetirse siempre las mismas historias, los mismos nombres, los mismos errores..

Después de tres punto y coma, las dos se dan cuenta que repetimos las historias, pero nunca son iguales, asi que con vivirlas de modo distinto empezarían a conformarse, y ya no le exigiríamos tanto a nuestras charlas. Y entre esas proclamaciones aparece más de una verdad interesante: "derrumbemos los pequeños altares cotidianos". Son los de engañarse, los de no serle fiel a una, los de cartón, los de pura fachada; distintos a las grandes construcciones que piden lucha, y piden lo mejor de una, o bueno; lo que haya, pero felizmente. Hay algunos altares que no derrumbaría, como este que construimos un miércoles sin cenar a las once.



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